Vie. Abr 19th, 2024

Ayer se publicó una entrevista a Javier Fernández Conde, sacerdote católico y Doctor en historia, donde ajustaba en la historia la batalla de Covadonga y su relevancia real en la reconquista. Me encantan este tipo de trabajos, no mentiré, pues amén de ser reparadores, nos acercan siempre un poquito más a la realidad. A los hechos reales que forjó la Historia con mayúsculas.

Más en este caso, donde el auténtico agravio histórico es para Navarra sin duda. Cualquier versado en la materia puede ver cómo ante algo tan significativo para España como lo es la Reconquista, el factor asturiano únicamente puede sustentarse en teorías, ya que no existe rastro físico o documental contemporáneo de la batalla que hable de ella, ó demuestre que existió. De manera elegante, este asturiano hace honor a sus raíces manteniendo el mito de Covadonga, pero reconociendo que no pasaría de ser una escaramuza inferior, igual que otras tantas miles que se dieron. Un mito que se justifica –como bien explica en el artículo- en políticas de los siglos posteriores.

Habla de la notoriedad del mito sobre el hecho real, habla de un Pelayo que entonces comenzaba su escalada por el trono, y un dato muy significativo para mí: ubica la batalla en el año 722, y no en el 718 que se acostumbra. Mejor aun. También nos habla de que, posiblemente, se tratase de una escaramuza de gentes hispano-romanas contra un enemigo sarraceno que sí conquistó Asturias.

Después tenemos a Navarra. Que Navarra de seguro…es otro cantar.

Tenemos a una Navarra que ya en el 717 tenía a García Jiménez. Rey ungido con el beneplácito del Papa Gregorio II, tal y como lo atestigua el dintel de San Pedro de Alsasua, supo defender Ainsa de la barbarie mora, demostrando a Navarra como el verdadero motor de la Reconquista. Como único baluarte de la Cristiandad peninsular.

Mientras los reyes astures entregaban tributos virginales a Córdoba para mantener la paz, los descendientes de este Jimeno marcaban una clara frontera en Loiti, asegurando que su tierra, mi tierra, nunca sería conquistada. Perteneciendo García a un bravo linaje de mi comarca, fue precursor de una dinastía que durante siglos fue el único bastión contra el invasor. Son las crónicas moras las que nos atestiguan que en el año 924, sus pies sarracenos hollaron por primera vez estas tierras, en la primera de sus razias veraniegas. Una razia que, con Abderramán III al mando, intentó infructuosamente conquistar las tierras de la Cruz. Las tierras desde donde partían los ejércitos que arrasaban sus ciudades y conquistaban una y otra vez sus feudos del norte. Es en esas crónicas donde un descendiente de nuestro García, llamado Sancho, es descrito como “El bárbaro Sancho a quien Dios extirpe”, ya que como buen Jimeno siguió batallando sin descanso ni cuartel.

Asturias se convertiría en el Reino de León, y sus tierras se verían acrecentadas. Sus reyes, bien casados con navarras (como el resto de la monarquía europea que quisiese parecer algo), pero tenemos que llegar al último de los Jimeno, Sancho VII, para encontrar la última gesta, el último episodio épico de la Reconquista. Episodio éste del que no dejo de encontrar similitudes con el caso de Covadonga, ya que la realidad documental nos demuestra que fue Sancho el auténtico monarca, y el verdadero vencedor de Las Navas, por el contrario de la historiografía oficial que se contenta con mencionarlo –interesadamente o no- como mero actor secundario. Manipulaciones de la Historia, e intereses variados, confluyen siempre en detrimento de una Navarra que merece ser resarcida. Una Navarra que debe de ser hoy más que nunca reconocida en sus verdaderas raíces. En su verdadera Historia.

Y no nos vale con culpar a los demás, si nosotros después no hacemos nada ¿eh?. Que lo mismo dentro de nada le reímos la gracia a un estudio teórico-folclórico que nos diga que García Jiménez era Asturiano.

O peor aun:

Vascón.

 

Rogelio Taboada

Cantero artesanal, escritor e historiógrafo sangüesino

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