Sáb. Abr 27th, 2024

Flanco muelto. Con estas dos simples palabras se intentaba defender un chino en un bazar, ante un casi joven demócrata que le recriminaba el que vendiese banderas de España. De las normales. Ese elemento franquista según el casi joven, que tanto ofendía su fuero interno.

No he podido evitar recordar a ese casi joven en el día de hoy, cuando se ha hecho público que la juventud española ha suspendido más que nunca en matemáticas, ciencia y comprensión lectora. Y la culpa está clara ¿eh? Ha sido por el bicho y el confinamiento. Que nadie lo dude. Por descontado que nadie va a culpar a las brillantes mentes que, en el ejercicio de sus docentes funciones, seleccionan un libro para la asignatura de Lengua, en un curso de secundaria, en el que en la página 3 (imagino que la prioridad es la prioridad) puede leerse lo malo que fue Franco y su dictadura.

Reconvertir los centros de enseñanza en centros de adoctrinamiento político, algún coste tenía que tener. Ahí están, preparando la nueva hornada de jóvenes que, no es que sean incapaces de declarar su amor a una compañera en un recorte de papel, emulando al insigne Machado, o sean capaces de dirigir a su profesorado un texto tan coherente e indignado que podría firmarlo el mismísimo Quevedo. No. El verdadero drama es que ya no saben quienes fueron Machado y Quevedo. Ni Espronceda.  Lo mismo con suerte si les mentas al Arcipreste de Hita te preguntan si fue un pederasta del hetero-patriarcado opresor.

Si bien en este caso las excepciones son aún más honrosas, las generaciones que están creando a su medida ya muestran sus claras preferencias. Sus nuevos ídolos, que les acompañan mañana, tarde y noche, no son personajes de nuestra Historia. No son los que se reflejan en las grandes obras de la literatura universal, de la ciencia y el conocimiento. Sus nuevos ídolos pintan más a joven muchache, perteneciente a la comunidad LGTBQ+XYZ=€, que habla sin tapujos ante un publico adolescente, (ó pre adolescente) de temas tan acuciantes como la opresión que siente viviendo en un país como el nuestro donde puede decir lo que le venga en gana para que todos lo oigan, o que no todos los gays son promiscuos por vocación. Que él sí porque es una «guarra»(sic), pero que el resto…no.

Y la culpa es del confinamiento, sí. Ni del Gobierno, ni del Ministerio de Educación, ni de los profesores, ni de los padres. Del confinamiento.

Hace décadas conocí una anécdota acaecida en Asturias, en pleno alzamiento socialista del 34, en la que un sacerdote, bien aconsejado por sus parroquianos, se quitó la sotana, se vistió de civil, e intentó salir del pueblo. En estas que ya estaba en las afueras, dos milicianos le abordaron requiriéndole su cartilla de identificación. Incapaz de mentir o salir corriendo, el buen hombre se la entregó sin reparo encomendándose al Señor. Uno de los milicianos la tomó, escrutó su contenido con ceño fruncido al ver que en el apartado de «Profesión», figuraba como Presbítero. «Es presbítero» le dijo a su compañero, a la par que le devolvía la cartilla. «Tira anda tira…que nos habían dicho que eras cura…»

Esta anécdota tendría su punto gracioso si en esa revuelta no hubiesen sido masacrados centenares de religiosos, novicios y seminaristas, como el sangüesino de Casa Iso al que otro vecino reconoció entre la pila de cadáveres por el color de sus calcetines.

¿Volveremos a ese nivel intelectual? El futuro que nos espera ¿volverá a depararnos situaciones similares donde el odio enquistado de una culta minoría arrase con miles de vidas inocentes valiéndose de analfabetos funcionales que les hagan el trabajo sucio?

Que está claro que el miliciano que leyó la cartilla justo sabía leer. El que estoy seguro de que sí que sabía hacerlo, y bien, fue el que le avisó de que el cura se iba del pueblo.

Rogelio Taboada

Escritor

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