Mar. Abr 16th, 2024

Durante estos últimos años los políticos se han afanado en colocar, como signo de su propia identidad, la palabra progresista. Ha sido manoseada, adulterada y hasta cansina la expresión. Porque no hay partido ni líder político que en su programa o en sus mítines no utilice la palabra progresista. Porque delante de la sociedad aparenta modernismo y opuesta al fascismo, dictadura o absolutismo.

Hoy se entiende como una ideología contraria al conservadurismo. En términos sociales se identifica con la lucha por las libertades individuales y se asimila al concepto de liberal, que es la capacidad que poseemos para escoger entre una serie de opciones. La libertad individual tiene su origen y su fundamento en el derecho constitucional.

Pero, sobre todo, a los partidos de izquierda se les llena el rostro de satisfacción al pronunciar este vocablo, de manera que la desean inscribir como marca registrada y como símbolo de su oposición a la derecha. Sin embargo, el término auténtico de progresista se refiere al conjunto de ideas y doctrinas partidarias del desarrollo en los aspectos económico, político y social, con total respeto a las opiniones del resto de la sociedad. Decía el creador de la sociología, Augusto Comte: “El amor como principio, el orden como base, el progreso como fin”

Éste movimiento progresista se inició con la Revolución Francesa (1789) y continuó en EEUU, durante la época de los presidentes W. Wilson y F. Roosevelt (1913-45), para controlar las abusos de los empresarios en sus industrias. Estaba compuesto por integrantes de las profesiones liberales y por obreros de las distintas fábricas, tanto de partidos demócratas como republicanos. Obtuvieron mejoras sociales para los trabajadores con una legislación pormenorizada, pero no se atrevieron a erradicar la segregación racial.

En España, el partido progresista se fraguó en 1838, con Mendizábal, sin embargo la división interna, la caída de Espartero, el corto recorrido del Bienio Progresista (1854-56) y la muerte de Prim (1870) debilitaron este movimiento. A partir de la Constitución de 1978 y durante las tres últimas décadas, los grupos llamados de izquierdas han querido recoger en su ideario el progresismo. Sobre todo, después de las pasadas elecciones generales, se han pegado codazos por cubrir ese espacio que se define como progresista, con el fin de obtener el mayor número de simpatizantes. Sus líderes políticos se han pasado todo el año repitiendo y tripitiendo la palabra, pero sin explicar su contenido.

Algunos de esos partidos denominados de centroizquierda y socialdemócratas han sido capaces de escorarse muy a la izquierda para recoger el voto protesta. Dudamos del progresismo de los grupos que quieren apropiarse de la democracia directa, es decir, la calle, las huelgas y las asambleas, en vez de poner su objetivo en la democracia representativa, que es el Parlamento. Porque el progreso es creación de empleo y de riqueza, que conlleva bienestar social y calidad de vida. Hay que diferenciar entre personas progresistas y las reaccionarias, entre pragmatismo y populismo, entre economía de pueblo o internacional.

Es necesario impulsar programas progresistas, sin límites de crecimiento y donde los jóvenes puedan desplazarse por todo el mundo, para dejar los localismos y apuntarse a la aldea global. Hoy existen cantidad de asociaciones o fundaciones que han incluido la expresión en su título, para barnizarlos de aires de bonanza. Así encontramos: Unión Progresista de Fiscales, Alternativa Ciudadana Progresista, Federación Progresista de Mujeres o Periódico digital progresista. Podremos hablar de agrupación avanzada, renovadora, reformista, no obstante sus voces estarán vacías si carecen de un programa social.

El escorarse a la izquierda a nadie le da potestad para apropiarse de dicho término. Porque la base del progresismo está en desarrollar la solidaridad, en impulsar una eficaz sanidad gratuita sin listas de espera, en formar a los jóvenes con un programa educativo de excelencia, en bajar las cifras del paro con un eficiente tejido industrial y en conseguir que los jubilados dispongan de los recursos necesarios para vivir con dignidad.

Además consideraremos partidos progresistas si sus dirigentes desechan en el gobierno, en las autonomías y en los ayuntamientos la corrupción, reducen los cientos de asesores con nóminas millonarias, sin olvidar la transparencia y la ilusión por regenerar la vida política.

Ahora bien el planeta Tierra no se formó de la noche a la mañana, porque evolucionar consiste en mirar para el futuro sin dejar de echar la vista atrás y valorar el pasado. El pueblo es soberano y ni la derecha, ni el centro ni la izquierda pueden arrogarse el título de progresistas si no lo demuestran con hechos. Como afirmaba el filósofo Ortega y Gasset: “El progresismo no consiste en aniquilar hoy lo que sucedió ayer, sino todo lo contrario, en conservar la esencia del ayer, que tuvo la virtud de crear este hoy de mayor calidad”.

 

Luis Landa El Busto

Licenciado en Ciencias Humanas y profesor

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