Jue. Dic 12th, 2024

Si hemos hablado de la simbología prerromana, es obligado hacer mención a la que representó a la primera civilización que unificó la península bajo un mismo estado. La simbología romana es tan variada como diferentes fueron los pueblos asimilados en su imperio. En el capítulo anterior vimos cómo la cultura latina asimilaba constantemente la cultura de los pueblos conquistados, siendo tal asimilación reflejada también en su simbología.

Símbolos que puedan tenerse como auténticos romanos realmente hay muy pocos, como la representación de la loba romana amamantando a Rómulo y Remo. La gran mayoría restante, incluidas las representaciones religiosas, se deben a elementos conquistados, asimilados y, a partir de entonces, tenidos como propios. Grecia, Sumeria, Sarmatia, Germania o la propia Hispania contribuyeron directamente a este colage de elementos representativos.

Legiones y tribunos se identificaban de manera propia haciendo uso de sus respectivos estandartes. Dentro de un modelo o estilo común en los rasgos generales, cada estandarte aportaba los signos de los que el representado era poseedor. Para una mejor comprensión de la simbología en el estandarte romano, pueden separarse sus componentes en dos grupos: el primero engloba todos los elementos simbólicos que coronan los estandartes. Piezas comúnmente de metal, bronces en su mayoría, que deben su simbolismo en la primera roma republicana al origen tanto de las legiones como de las autoridades representadas. Entrados ya en la era imperial estas expresiones serían paulatinamente sustituidas por los emblemas propios del imperio. Dos elementos que se muestran como principales dentro de ésta época: La corona de laurel, y el águila imperial. España tiene una notable colección de éste tipo de remates, donde vemos representados en un primer tiempo al jabalí (Legio II Parthica), la pantera (Legio XIII Gemina), e incluso lo que los entendidos afirman es un caballito de mar, encontrado en Espinal, aquí en Navarra.

Pero sin duda los más representativos son el laurel y el águila imperiales, pudiendo encontrar colecciones completas con estos motivos, como las existentes en los museos de la actual Galicia, o en el museo arqueológico de Cataluña.

El segundo bloque dentro del estandarte lo tenemos en el paño que cuelga del mástil. Siendo un paño siempre de color rojo, su decoración y motivos principales eran representados en su mayoría con bordados en oro. Dentro de éste paño las legiones inscribían su nombre (por ejemplo Leg-IX HISPANA), incluyendo posteriormente el animal representativo de la legión, ya que el remate superior pasó a ser coronado por el águila o el laurel.

En los estandartes personales ocurrió exactamente lo mismo, pudiendo ver cómo Iulius Terentius es representado por un estandarte cuyo emblema central es el águila (lo podéis ver en la primera foto, en blanco y negro. Las hay posteriores en color, pero la degradación que ha sufrido el fresco desde su primera fotografía hace que el águila sólo sea perceptible en las primeras imágenes).

El cuarto lunar y la estrella de ocho puntas también fueron absorbidos dentro de la simbología utilizada por las legiones, encontrándolas como elementos comunes dentro de los estandartes imperiales.

Pero no sólo aportó Hispania su simbología a la cultura romana. Aquí veo necesario incluir una corrección de las de roge, sobre un error muy difundido por los estudiosos de la historia en lo referente a un aporte hispánico al mundo romano: el gladio.

Podéis buscar por la red y encontraréis multitud de referencias a que la falcata ibera fue admirada por los romanos, que era un arma feroz y temida, que fue adoptada por las legiones…y un sinfín de descripciones, siendo todas estas atribuciones a mi parecer erróneas o dadas por una incorrecta interpretación. O por las ganas de algún micro-regionalista, que también.

El escrito original para éste jaleo lo encontramos redactado por Diodoro de Sicilia en su libro V. Escritor y cronista del siglo I aC, éste se ve que sí viajó por estos mundos. La cita en cuestión dice tal que así:

”Íberos y celtas hace mucho tiempo hicieron la guerra en sus territorios; pero habiendo finalmente acuerdo entre ellos, ocuparon el país en común; y, la alianza a través de matrimonios que han provocado la fusión de los dos pueblos, tomando el nombre de celtíberos. Esta fusión de dos naciones, tan belicosas, y la fertilidad del territorio que cultivaron, contribuyó en gran medida a hacer famosos a los celtíberos: resistieron a los romanos durante mucho tiempo, quienes solo lograron subyugarlos. Se acordó que no solo su caballería es excelente, sino que su infantería se distingue por su coraje e intrepidez. Los celtíberos usan pieles negras, peludas y de pelo de cabra. Algunos se arman con ligeros escudos galos, y algunos otros, con rondaches del tamaño de los escudos. Se envuelven las piernas con pieles y se cubren la cabeza con cascos de bronce, adornados con plumas de color púrpura. Sus espadas son de dos filos y forjadas con excelente hierro”

Tras esta introducción sobre los celtíberos, donde podemos comprobar que sí, que celtas e iberos se fusionaron en Hispania creando un único pueblo, pasa a describir cómo se fabrican éstas espadas que menciona:

”La forma en que hacen sus armas ofensivas y defensivas es especial. Entierran hojas de hierro en la tierra y las dejan allí hasta que el óxido ha roído toda la debilidad del metal, dejando solo la parte más fuerte. Es con este hierro que hacen excelentes espadas y otros instrumentos de guerra. Estas espadas están tan bien hechas que cortan todo lo que golpean; no hay escudo, ni casco, ni hueso que resista su filo, tan bueno es el hierro”

Hay dos índices claros que nos ayudan a sortear éste error identificativo. El primero no es otro que, si realmente las legiones romanas adoptaron un modelo de espada ibera para sí, debe de ser el gladio, pues no se conoce ninguna legión que usase la falcata.

El segundo índice lo tenemos en el propio texto, cuando describe que “Sus espadas son de dos filos”. La falcata, sólo tiene uno. En la segunda imagen podéis varias armas expuestas en el museo arqueológico nacional, siendo todas ellas celtíberas, y mostrándose una de ellas (en el centro) como clara antecesora del gladio que posteriormente conquistaría el mundo conocido.

De vuelta al mundo de la simbología, hacer una pequeña mención a los símbolos que en tiempos de Roma iniciaron su andadura como símbolos prohibidos, y por suerte supieron llegar hasta nosotros para saber identificarlos en la actualidad: Los símbolos cristianos. En las primeras comunidades donde la práctica del cristianismo se castigaba con la muerte, los seguidores de nuestra doctrina se la ingeniaban de buen modo para identificarse. El “pez” cristiano del que hablé en un capítulo anterior, es uno de los símbolos paleocristianos más conocidos, pero hubo más. Por explicarlo de modo simple, si representas seis peces en círculo, obtienes una flor de seis pétalos. La hexapétala. En ésta primera representación, era indiferente la posición de los pétalos. Conforme se fue afianzando su uso, se generalizó su representación posicionando dos de sus pétalos como eje central, vertical, formando una I, quedando los otros dos formando una X: Jesús Cristo. ΙΗΣΟΥΣ-ΧΡΙΣΤΟΣ. Con su propagación en su uso se dio forma al primer Crismón cristológico. Símbolo que también fue prohibido hasta su aparición en un sueño, ante el emperador Constantino I (siglo IV), donde se le aseguraba que si marchaba a la batalla portando este símbolo, vencería. Lo portó, y venció. Como consecuencia legalizó el cristianismo y comenzaron a emplearse desde el poder civil, los emblemas cristianos hasta entonces prohibidos.

No puedo más que despedir éste capítulo haciendo alusión a otro símbolo de los primeros cristianos, ya que como veréis, es muy de aquí: la concha. Si bien en la actualidad se identifica, y con razón, con el Camino de Santiago, es un símbolo que se hace recurrente en el estudio del primer cristianismo peninsular. Uno de sus primeros ejemplos lo encontramos a un tiro de piedra, en Santa Criz, en Eslava. Una sepultura perteneciente a una noble hispanorromana, la ostenta como símbolo principal, declarando de tal modo su credo ante cualquier correligionario que pasase ante su tumba. Elemento éste, la concha, que encontramos en templos paleocristianos, e, incluso, en los primeros elaborados por unos recién llegados, y protagonistas del capítulo siguiente:

Los visigodos.

Rogelio Taboada

Cantero artesanal, escritor e historiógrafo sangüesino

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