Mié. Abr 24th, 2024

Finalizamos el capítulo anterior viendo a Sancho Garcés I en compañía de su sobrino Ordoño II. Su lucha conjunta se afianzó, obteniendo unas prontas y brillantes victorias contra los sarracenos.

Conforme decrecía el poder de los moros tudelanos y ante la pasividad de una Córdoba inestable, continuaron las victorias cristianas. Ordoño con sus huestes comenzó a recuperar el oeste peninsular descendiendo hasta tierras de la actual Extremadura, y Sancho hizo lo propio en tierras de Rioja, Aragón, y la propia Navarra, haciéndose con una Tudela que pronto perdería. En batalla hizo prisionero al caudillo de la ciudad, al que liberó tras el pago de un cuantioso rescate. Se cuenta de Sancho que en un primer tiempo sólo mataba lo justo, indultando incluso a los serviles a quienes mantenía en sus mismos lugares y profesiones, minimizando así la necesidad de nuevos colonos. Cuentan las crónicas cristianas que viniendo con sus ejércitos “desde más allá de Pamplona”, penetró en solitario hasta el monasterio de Irache, y tras rezar y encomendarse a la Virgen, regresó a dirigir sus tropas con las cuales lograría conquistar el fuerte de Monjardín, y las tierras de Yerri. Crónica fabulada obviamente, porque en ese tiempo el santuario de Irache aun no existía, y, de haber existido, estando en tierras moras su estado hubiese sido el de ruinoso, pues lo primero que arrasaban en sus conquistas eran los templos religiosos. No obstante la crónica deja claro nuevamente que Sancho y el grueso de su ejército, tenían su base, su centro de operaciones, más allá de Pamplona. En la Navarra original tras Loiti.

Por su parte el nuevo emir cordobés, Abderramán III, sin salir de su capital, envió a sucesivos señores a intentar estabilizar su marca superior, sin éxito. Pasado el tiempo y afianzado ya en el poder poniendo fin a las disputas internas que padecía el emirato cordobés, se dispuso a dirigir a sus ejércitos en persona.

Así nos adentramos en el año de 920, donde tiene lugar su primera razia contra sus enemigos norteños. La primera gran batalla entre Abderramán y nuestro rey se dio en Valdejunquera, con una victoria clara para el emir. Se cuenta que los quinientos cristianos supervivientes se hicieron fuertes en el castillo de Muez, castillo que terminó por conquistar el moro, pasando a los quinientos a cuchillo.

Así se las gastaba el amigo Abderramán.

Tras esta batalla se detiene momentáneamente la expansión territorial de los cristianos, pasando a reforzar las tierras conquistadas hasta entonces. Para quienes tienden a dar protagonismo únicamente a Ordoño como cabeza de la reconquista en detrimento de nuestro Sancho, no hay nada como darse de morros con la realidad. Ante el avance imparable de las reunificadas huestes cordobesas y el apoyo que mostraron a los tudelanos, los Banu Qasi comenzaron a recuperar territorio. Se hicieron con un par de ciudades que estaban a cargo de Ordoño, teniéndolas que conquistar de nuevo Sancho Garcés. Éstas actuaciones pusieron fin a la hegemonía de los Banu Qasi en Tudela, pasando en fechas posteriores a ser una más entre las ciudades controladas directamente por Córdoba.

Recuperada Viguera por Sancho, Abderramán se dispuso a volver de nuevo. Declaró la guerra santa, y reuniendo a todas las tropas disponibles en la península, se dirigió de nuevo hacia Navarra.

Así llegamos al año de 924, y a uno de los grandes capítulos de la Historia según roge, ya que ha sido uno de los más felicitados y que aun a día de hoy sigue levantando pasiones.

Por el contrario de dar por sentada ninguna afirmación publicada hasta la fecha sobre esta correría mora, un par de índices me obligaron a estudiarla en profundidad, arrojando un insólito pero relevante resultado. Por el contrario de ser una campaña contra Pamplona, tal y como se sigue presentando en la actualidad, ésta campaña fue la primera de los moros contra la Navarra nuclear. Una zona a la que en más de doscientos años de presencia mora en España, nunca antes habían logrado penetrar, contentándose con lances como los descritos en el capítulo anterior como el ataque a Ayuar de Yuso, o los intentos de penetrar por el paso de los Baztanes.

Sobre esta campaña se llevan publicando trabajos desde tiempos de los primeros cronistas de Navarra, dígase desde hace siglos, y aun a día de hoy siguen pleiteando con la identificación de lugares, montes y ríos, pues cuando uno afirma que x nombre está aquí, el otro lo niega pues cree que está acá, sin contar en ambos casos con nada que pueda justificar tales afirmaciones. Todo ello intentando encajar un claro relato, en una comarca equivocada.

Así que paso a describir esta correría según el resultado de mi investigación, basándome siempre en las crónicas moras:

El ejército moro llega a Tudela. Ejército que los cronistas señalan de tal número que sus soldados parecían granos de arena. Desde ahí comienzan la ascensión hacia las plazas navarras, encontrándoselas evacuadas, pues Sancho a la vista del ejército que se avecinaba, había dado orden de retirarse tras los puertos hacia la Navarra original. El caso de Peralta fue singular, pues aun siendo evacuada a tiempo gran parte de su población se negó a abandonar la comarca refugiándose en cuevas de las cercanías, ya que siendo de un acceso tremendamente dificultoso les hizo suponer que estarían a salvo. No les salió bien pues según cuentan las propias crónicas moras fueron localizados y apresados, ejecutados todos los hombres, y vendidos los niños como esclavos. Nada se dice de las mujeres.

De ahí marcharon a Falces, donde encontramos un resultado que a partir de entonces se repetiría en esta campaña. Ante la imposibilidad de asediar una plaza fuerte por un ejército compuesto únicamente de caballería, hicieron lo siguiente:

“se dirigió contra el castillo de Falces. Los arrabales fueron incendiados, y los cultivos y todos los bienes de los alrededores fueron enteramente saqueados y destruidos”

Destruir los arrabales, que son los barrios extramuros, habitualmente las viviendas de los collazos, tenerías, los establos de ganadería y demás estructuras de extensión que no tenían cabida dentro del cerco amurallado. Y de ahí a quemar las cosechas y a lancear el ganado. De Falces a Tafalla y Carcastillo, encontrando aquí el punto de inflexión entre la identificación tradicional y mi estudio posterior.

Desde Carcastillo el emir concibió la idea de atacar “el corazón del país de los cristianos” lugar desde donde “partían todos sus ataques y se creían seguros”. Así que siguiendo desde Carcastillo el curso del Aragón, ese gran ejército moro compuesto por tantos soldados que parecían granos de arena, comenzaron a caminar con mucho cuidado. Bajo la orden de recoger y proteger bien los flancos, iniciaron su incursión por al-Markwiz, nombre de un desfiladero, y que nuevamente se traduce como “paso de los vascones”. El Dr. Cañada Juste sin embargo, haciendo un ejercicio tan lógico como acertado de traslación fonética de un nombre escrito en árabe medieval, lo traduce como Marcuella. Ejercicio que me llevó al lugar real de la penetración mora en ésta campaña: la foz de Malcuerno, paso viario histórico que une Carcastillo con Cáseda. El también llamado paso de los roncaleses.

Aquí llega uno de los índices que me hicieron revisar ésta campaña al completo. Las crónicas moras relatan que tras cruzar éste desfiladero, el emir “llevó a sus tropas a lugares cuyos pies jamás antes habían pisado”. Pamplona no sólo la habían pisado, sino pisoteado, pues llegó a ser por unas décadas territorio moro. Ésta otra región, como vemos en base a sus propias crónicas, vio el primer moro en el año de 924.

Tras cruzar la foz saquearon aldeas y cultivos, hasta llegar a la ciudad de Sacunihisa (Sancto Ossa- Sangüesa), ciudad que “interpretan” como Baskunsuwa, la capital de los vascones. Ciudad “de la que era oriundo el bárbaro Sancho”, donde al igual que en Falces, quemaron los arrabales y todo lo que estuvo al alcance de una flecha. Incendiaron el barrio de los collazos, en la explanada junto al actual parque de bomberos, y derruyeron su pequeño templo hoy conocido como San Nicolás, y que sigue arrojando fascinantes resultados arqueológicos, como una cimentación mucho más antigua de lo que se esperaba, bajo un lienzo de muro con su abside central interior en forma de clara herradura, ya que la historiografía oficial sigue datando la fundación de Sangüesa en el XII.

Ahí señalan que Sancho llamó a todos los caballeros de los reinos cristianos. Se ve que éste ataque no se esperaba, y al ser las tropas moras de tan alta movilidad, no dio tiempo físico a contrarrestar los primeros ataques. Desde Sangüesa los moros continuaron saqueando la comarca de “las Navas” obligando a sus habitantes a guarecerse y resistir en el pequeño templo fortificado de la comarca, que ubicado en lo alto de un cerro natural, se demostró lugar óptimo para defenderse. Aun en la actualidad, el cántico conocido como “gozos del Socorro”, mantiene la gesta de ésta heroica resistencia, recordándola en la siguientes estrofas

“Los cristianos militares

Vuestros campos vieron llenos

De destrozos sarracenos,

Por tus tropas auxiliares

Con los estragos que suenas

Muchos monstruos has vencido.

Los que a vos se refugiaron

Con el filo de su espada

De altiveces erizada,

La cerviz de un rey pasaron.

De incontestables almenas

Muralla de tu templo ha sido,

Destrozos de la victoria

Vieron el pueblo de Yesa

Y en la ciudad de Sangüesa

Se mantiene su memoria,

Entre otras palmas amenas

Que a su escudo le ha ceñido.

Cuando a esta Ciudad aflige

La guerra de Abderramen

Todo el mundo, amén, amén

Dos capillas os erige”

Pequeño templo que fue reconstruido, y cuya titularidad pasó de manera justa y acertada a Nuestra Señora del Socorro en honor al auxilio prestado.

Del Socorro a Javier y Yesa, y tras asolar los cultivos del valle del Aragón, siguiendo el cauce del río Regal penetraron en el corazón de nuestra cerretania. Éste es uno de los casos que me hace sonreír, delatando lo mal que está la cosa en el estudio de nuestra historia. A éste río en las crónicas moras se le identifica como wadi Higa. Buscando su ubicación en el falso recorrido que les obliga a llegar hasta una Pamplona que en ese año nunca fue atacada, se leen justificaciones como que era un río que pasaba bajo la higa de Monreal, ó que se trata del río Ega, lo cual es imposible a no ser que los caballos moros volasen, ó, la mejor de todas, que el Iratí por entonces se llamaba “guía”, algo que carece de toda justificación ya que el único uso que se conoce para ese río desde la primera documentación es la de río Salazar (sarasazo, salerazo, sarrazaz).

Por el contrario el Regal se reconoce de manera pronta en la documentación medieval como Rigal ó Riga, evitándonos ejecutar estériles cábalas para encajarlo en ésta campaña.

De ahí asolaron Undués, Lerda y los Pintanos, cruzando “los altos montes y solitarias cimas” de La Sarda, descendiendo por el que actualmente sigue llevando el nombre de “barranco de Barrabán” (Abderramán entonces era llamado al-Rahmán) para atacar Lobera de Onsella, y, siguiendo el cauce dentro de la val, Gordún y finalmente Navardún. La capital de los navar. En éste enclave es en el que se asegura que se atacó Pamplona y se derruyó su catedral, ya que las crónicas apuntan que esta localidad daba nombre a la comarca. Se apunta no sin lógica, que la ciudad de Pamplona daba nombre a su condado de la marca. Pero se niega del mismo modo que Navardún, también daba nombre a su comarca: Navarra. La tierra de los navarri que ya citan las crónicas francas dos siglos antes de éste ataque, de manera independiente a los pamploneses que para nada son mencionados en esta campaña.

Y en Navardún destruye su iglesia, pues era uno de los pocos puntos donde el templo se encontraba fuera del recinto amurallado. Cualquiera que conozca la localidad sabe que el castillo estaba primero en uno de los puy, construyendo el bajomedieval en el otro, y la aldea junto con su iglesia a orillas del Onsella.

De ahí siguieron por el cauce del río asolando cultivos, viñas y molinos, atravesando la comarca de Ull, heredad directa de los monarcas navarros, hasta llegar de nuevo al río Aragón, y girando al sur penetraron en las raíces del Monte de Peña, hasta llegar por primera vez en su historia a su pequeña torre, su aldea e iglesia. Los moros la describen como una iglesia que Sancho había cuidado con mucho mimo, y empleado en ella múltiples tesoros. Descripción totalmente inusual ya que ningún otro templo atacado por los moros es descrito de tal manera. No tengo duda que una vez conquistada la plaza, saquearon el interior de su primitiva iglesia, decorada con todo primor ya que fue la primera en recibir las Santas Reliquias tras su fuga de Pamplona, no costando nada imaginar que desde su llegada esta iglesia sería decorada con lo mejor de lo mejor, igual da en nueva fábrica como en pinturas murales, telas, y todo tipo de adornos que una vez retiradas las reliquias, permanecieron en el templo como elementos inmóviles. Éste emplazamiento, identificado en las crónicas moras como Sjrat Qays (literalmente castillo de peña) sigue trayendo locos a los estudiosos, pues si bien una mayoría de ellos se decanta por identificarlo con Monjardín, no hay consenso ni de lejos, ya que quedaría a desmano del resto de erróneas identificaciones.

Saqueada e incendiada la aldea de Peña, descienden por Santa Eulalia hasta llegar a los arrabales de Cáseda y desde ahí  de vuelta al este por el llano superior, “el plano”, incendiando y saqueando los cultivos de Fillera, lugar donde finalmente acampan. Según las crónicas, “en la cercanía del Castillo de San Esteban donde descansa el pérfido Sancho”. Por descontado que este castillo que mencionan cercano a Fillera es el castillo de Sos, baluarte al que no se les ocurre ni acercarse. Acampados aquí es donde incluyen la noticia de que los refuerzos de Sancho se presentan, haciendo mención a “sus tropas de Álava”, dejando claro que mientras el emir saqueaba la val del Onsella, todo navarro de las nuevas colonias acudía ya en socorro de su tierra. Desde la llegada de los refuerzos, las crónicas cambian radicalmente. Señalan combates sin cesar en los que –obviamente- siempre ganan los moros por goleada, pese a que reconoce que se ven obligados a reagruparse en el llano, a dejar de saquear los campos, etc etc, enviando una última vez a los merodeadores a pillar lo que pudiesen…pero de noche. Cuando no les viesen. Vamos, que el ejército de los granos de arena notó la sutil diferencia que hay entre atacar a aldeanos desarmados, mujeres y niños, o hacerlo contra soldados que ya tenían los huevos “pelaos” de hacerles correr por media península. Desde ahí los moros partieron con mucho, muchísimo cuidado de vuelta a Córdoba.

De nuevo por Malcuerno a Carcastillo, y adiós muy buenas.

Las crónicas moras pese a ser bastante fiables, como ya comenté no se libran de la exageración haciendo de la crónica un relato épico tal y como acabamos de ver. Ésta crónica lo demuestra desde el inicio, encontrando su mejor ejemplo en la entrada de las tropas moras a la cerretania, junto a Undués. El cronista explica que llegados ahí, aparece Sancho desde un alto monte con cuatro “mataos”. Con un ejército de media docena a lo sumo. La primera reacción es que el emir ordena montar el campamento. Fortificar su posición. Algo raro para defenderse de cuatro “mataos”, ¿no? Pero lo mejor viene a continuación, cuando dice que los moros venidos arriba atacan a los cristianos, obligándoles a retroceder, cubriendo la falda de la montaña con el velo de sus innumerables cadáveres. Lo del pan y los peces, versión moruna 🙂

Hay que decir de ésta batalla que pese a estar Sancho en clara desventaja, pues tenía el grueso de sus tropas defendiendo las nuevas tierras conquistadas, y no había tenido tiempo físico para reunir más que lo de casa, en este lance dio muerte a un notable moro de nombre Yakub ben Abu Khalid Tuberi, así como diezmado a la propia escolta de Abderramán en una ofensiva que en mi imaginación supongo similar a la realizada por su descendiente siglos más tarde en las Navas de Tolosa, intentando poner fin a la razia de manera contundente. Por lo que podemos leer en este caso no fue así, aunque por el número de bajas que obligó a que fuesen reflejadas en las crónicas, la intentona creo que estuvo muy muy cerca de conseguirlo.

Eso mientras cabalgaba con los de casa, que llegados el resto de navarros, pues ya lo habéis podido leer. Retirada general y corriendo al sur.

En ésta campaña, única en la Navarra original, ninguna localidad fue conquistada. Núcleos como Peña o la propia Navardún sí que fueron asolados, pero encontrándolas los moros ya sin población tal y como bien las describen. Desiertas. Nada dice de su castillo, que no dudo estaría bien guarecido. De las plazas fuertes, las bien fortificadas y defendidas…ni una. Ni acercarse. A quemar sus arrabales. Si bien esto fue un claro contratiempo por la merma de recursos que supuso para Navarra, puede asegurarse que no mermó la resolución de Sancho, y mucho menos le hizo desistir, ya que continuó presentando batalla y reconquistando nuevas tierras hasta el momento de su muerte, defendiendo un puente, dicen que en Resa, en el Ebro.

Una vez muerto, fue sepultado, llegando a otro de mis grandes encontronazos, que describiré debidamente en el próximo capítulo, al igual que varias de las consecuencias inmediatas provocadas por esta singular campaña de 924.

Campaña en la que, por primera vez, penetraron en el feudo de “el bárbaro Sancho, a quien dios extirpe” (Ibn Hayyän)

Rogelio Taboada

Cantero artesanal, escritor e historiógrafo sangüesino

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