Sáb. Abr 20th, 2024

Pese a lo estudiado del suceso, aun no hay consenso sobre cómo fue su llegada a la península. Estudiando los diferentes documentos que nos hablan de ello puede entreverse varios puntos en común, y que pueden tenerse como fiables. Para describir el marco de su entrada, es necesario describir la situación del Reino Visigodo en esos momentos. Costumbre fue en la Hispania visigoda, que tras la muerte de un Rey, su sucesor fuese elegido entre la nobleza. Este hecho, la libre elección, deparó revueltas en cada sucesión a la corona, pues diferentes facciones no tardaban en declararse legitimadas para continuar el linaje visigodo.

Para el tiempo que nos ocupa, la muerte de Égica en el año de 702, rompiendo con ello la tradición de la libre elección ya que sólo dos años antes, había sido ungido como Rey y sucesor, su hijo Witiza. Algo totalmente inusual y que trajo sus consabidas consecuencias. La separación del pueblo visigodo se hizo palpable en ésta nueva sucesión, donde el sector disidente a la tradición se valió nuevamente de la religión, enarbolando de nuevo el arrianismo como herramienta útil. Por su parte los tradicionalistas, que pretendían tanto el mantener la costumbre visigoda en la sucesión, como el oficialismo del catolicismo para todo el reino, tenían su propio candidato: Roderico. Conde visigodo, se alzó en armas contra los contrarios a la libre elección, entrando en confrontación directa contra los arrianos de Witiza. Finalmente en el 710 fallece Witiza, del que no se sabe a ciencia cierta si murió de muerte natural o en acto de guerra, ya que las crónicas que nos hablan del hecho se muestran interesadas dependiendo de quién sea el autor de la crónica.

Sí es un hecho que Witiza mientras reinó en el antiguo reino de los Suevos prohibió los concilios católicos. Ya no son tan demostrables las acusaciones de que tuvo un harén de mujeres, pues pese a verse así descrito en alguna crónica, bien puede obedecer a la “guerra publicitaria” defendiendo las futuras sucesiones. Algo de lo que aquí en Navarra tampoco nos libraríamos.

Factor relevante es la constante referencia al Rey de Ceuta, antigua ciudad visigoda que fue conquistada por los Bizantinos, siendo bizantina la última referencia que existe de la ciudad, anterior a la invasión. El hecho es que tanto crónicas cristianas como moras, señalan al Rey de Ceuta como quien prestó los barcos necesarios a los moros para cruzar el estrecho.

Hay dos actores que son de lo más misterioso: los hijos de Witiza. Son nombrados en la crónica de la batalla de Guadalete, pero poco más se sabe de ellos. Incluso hay quien niega su participación, e incluso su propia existencia, ya que se desconoce la maternidad de Witiza, y dependiendo de quién fuese realmente su madre, sería muy joven como para tener hijos en edad de guerrear. Particularmente me decanto por su existencia, ya que hay flecos en esta historia que, como luego veremos, nos invitan a pensar en que fueron personajes reales.

Nombrado ya Roderico como rey, su primera y única acción es subir a Pamplona a defenderla de una nueva incursión vascona. Acantonado en nuestra capital, es aquí donde recibe noticia del desembarco de los moros, reorganizando su ejército y poniendo dirección al sur peninsular para plantarles batalla. Se desconoce si finalmente los vascones consiguieron tomar o no la ciudad.

Llegados a Guadalete, víctima de una traición en sus propias filas, que las crónicas achacan a los hijos de Witiza, Roderico es derrotado, y muere. En un último intento, las tropas visigodas plantan cara a los moros en Écija, perdiendo de nuevo. A partir de ahí, el caos.

Existen muchos intentos de justificar el rápido avance de los moros, que si bien contaban con la complicidad del sector arriano, más cómodo entre ismaelitas que entre católicos, no terminan por reconocer una obviedad, que queda patente en las propias crónicas moras. En el documento conocido como Akhbar Majmu´a, se describe cómo en la mayor parte de las ciudades visigodas contrarias a los musulmanes, mientras sus pobladores se preparaban para un asedio que, bien llevado, hubiera entretenido a los moros durante meses, la población Judía de las ciudades rendía la plaza abriendo sus puertas al invasor. Atendiendo al propio texto estas maniobras pueden tenerse como acordadas en complicidad con los moros más alla de un “sálvese quien pueda”, ya que son las propias comunidades judías quienes se quedan como guarnición de las ciudades ocupadas, prosiguiendo las tropas moras su avance.

No hay que olvidar que en ésta primera y rápida invasión, junto a los moros recién llegados cabalgaban los ejércitos arrianos, quienes más adelante serían obligados a convertirse al Islám, o a desaparecer. Ciudades como Sevilla, que cerraron sus puertas a Roderico en su avance hacia Guadalete, se unieron de forma voluntaria al entente arriano-musulmán, siendo otro de los factores que hicieron de la pérdida de las Hispanias un acto extremandamente rápido.

Y así siguieron conquistando plazas. Demoliendo el solar visigodo. Hasta que llegaron a un pequeño núcleo en el norte, donde unos guerreros de nobleza sin parangón, lograron detener este rápido avance. Acaudillados por un lider natural, elegido por sus propios hombres dada su bravura en batalla, lograron mantener salva una pequeña porción de Hispania, naciendo con ello el primer reino de la Hispania libre, gobernado por el primer Rey ungido como tal tras la invasión Musulmana: García Jiménez.

Aquí es cuando los asturianos, me cuelgan de la gaita 🙂

Pese a que ya hay autores de renombre en la actualidad, como el Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza, D.José Luis Corral, o el eminente asturiano y también Catedrático de Historia Medieval D.Francisco Javier Fernández Conde que afirmen que la archiconocida Batalla de Covadonga donde se frenó a los moros y se dio inicio a la reconquista, nunca sucedió, es arduo trabajo eliminar lo que durante tanto siglo se ha mantenido como dogma, incluso de fe.

Si bien la figura de Pelayo se muestra como real, aunque a día de hoy siga sin saberse si era noble Hispano romano o visigodo, la gran batalla de Covadonga y el frenar a los moros obligándoles a retroceder…no lo es. Como –de manera muy elegante- nos lo ejemplariza D.Francisco Javier Fernández, al hablar de éste suceso como “una pequeña escaramuza con buenos propagandistas”. Esa es la realidad. En Covadonga, de darse, no se dio más que una de las muchas escaramuzas idénticas a las que se realizaron en todo el norte peninsular, donde los habitantes defensores de la cultura hispana intentaron repeler al invasor.

Fue más de un siglo después, de mano de un Rey en Castilla, donde surgió el nuevo relato de Pelayo y la Batalla de Covadonga, como justificación a sus pretensiones sucesorias respecto al Reyno de León, intentando separarse de una Navarra que no le resultaba cómoda.

Así ha seguido hasta el día de hoy, donde, como podéis ver, pese a las voces discordantes, este imaginario lance medieval se sigue presentando como auténtico, real y parte de nuestra historia.

Después está la realidad. No es uno, sino multitud de documentos originales que nos hablan de una comarca que nunca fue conquistada por los moros. Como confirmación a éstos documentos, la propia documentación musulmana. Pueden encontrarse gobernadores (Valí ) sarracenos en Galicia, Gijón, Zaragoza, Tudela e incluso el más tardano de ellos, en Pamplona. Pero desde Loiti (nuevamente la frontera de Loiti) hasta Jaca, cero absoluto. Incluso pueden encontrarse las primeras referencias a Pelayo como “colaborador” de los musulmanes antes de erigirse como cabecilla contrario a la ocupación, del que, a ciencia cierta poco se sabe, como cuándo fue nombrado rey, o siquiera si lo fue nombrado, dándose como cierta la fecha de 718 como año de su acceso al mando astur.

Aquí ocurrió justo lo contrario. Aquí tenemos referencias muy claras que nos indican que ya un año antes, en el 717, García Jimenez fue ungido como Rey, tal y como lo atestigua el dintel de la ermita de San Pedro, en Alsasua. Dintel que nos habla de la conformidad de un Papa ante esa regia elección.

Si bien es una inscripción realizada en el XVII, nos remite a una bula papal que, por entonces, se conservaba en los archivos del valle. Bula ya desaparecida en un incendio, pero que, seguro, cuenta con una copia en los Archivos Vaticanos. No hace falta tomarse al pie de la letra ningún trabajo o estudio nacido en el XVII, donde la pugna entre la Ilustración y el Romanticismo, hacen que separar el grano de la paja en estas cuestiones, sean un duro caminar. Simplemente hace falta tener una noción básica de matemáticas, y saber que uno más uno, siempre son dos.

Para ello ahora, nos vamos hasta Ainsa. Villa aragonesa ubicada en las faldas de los Pirineos, tiene una “leyenda” muy singular sobre la llegada de los moros a su tierra. Según cuentan las crónicas, Ainsa se perdió ante la morería. No tardó en llegar un Rey, defensor de la Cristiandad, que en el año de 724 y bajo el nombre de Garcí Ximénez, reconquistó la plaza, donde tras sólo un asalto pudo pasearse el estandarte navarro sobre sus almenas. Sin tiempo físico para fortificar de nuevo la villa, los moros del sur acudieron a dar cuenta de éstos “rebeldes”. Lejos de salir corriendo, cuentan las crónicas que los soldados cristianos, encabezados por su Rey, decidieron plantar cara fuera de la villa, posicionándose frente a sus muros para saber ahí resistir.

Y viéndose perdidos en la batalla, donde el número de atacantes era claramente superior, a punto de la rendición o el ajusticiamiento, sobre una encina tomó forma una cruz en llamas, que con su rojo resplandor hizo saber a los cristianos que Dios estaba con ellos, armándolos de nuevo valor y coraje. Resumiendo: que como buenos navarros, al ver la Cruz se vinieron arriba, y ganaron la batalla.

Todo esto que acabo de relatar se tiene como “leyenda”. Y tanto ahínco hay en que siga siéndolo, como en mantener que lo de Covadonga fue real. La gran diferencia es que ésta “leyenda”, ha dejado tras de si un poso real tremendo.

Como ya describí en su respectivo volumen, la realidad de lo relatado creo que tiene una muy fácil identificación. El mencionado estandarte navarro figura en las crónicas, pero sólo hasta la llegada de los moros. Después del ataque en cuestión, no vuelve a a ser nombrado jamás. Tengo claro que el estandarte fue apresado por los moros, y que fue un moro el que lo encumbró sobre una encina para que, viéndolo arder, los cristianos se rindieran. Algo que no es extraño pues caídos los emblemas en cualquier batalla, la rendición era el paso siguiente. Pero en éste caso, siendo conscientes de cómo era un estandarte nacido de la herencia romana, de vara larga, pica metálica para clavarlo en el suelo, y crucero superior para sujetar la tela, poco nos cuesta imaginal que ardiendo ya el rojo paño, sólo fuese visible el bastidor de madera del estandarte, formando así una Cruz perfectamente identificable. Algo que nuestro ungido soberano supo aprovechar, arengando con ello a sus tropas y ganando al fin la batalla.

Dos García Jiménenez en el mismo tiempo, enfrentándose a los moros en los dos extremos de la antigua Navarra. Resulta obvio que estamos hablando de la misma persona. El primer soberano de la Dinastía Jimena. Uno más uno, siempre son dos.

Éste lance que pretenden legedario nos dejó muestra en piedra, como las representaciones de la mal llamada Cruz de Arista, que no es otra cosa que la representación del estandarte de Ainsa. Actualmente figura entre los cuarteles del escudo de Aragón, conservándose la que creo es la original en Villamayor. Del mismo modo, fueron diversos los primeros reyes, tanto de Navarra como posteriormente de Aragón, que incluyeron el árbol de Ainsa en sus monedas. Incluso podemos encontrar aun en localidades tan distantes de Ainsa como Lumbier, representaciones de éste arbol en los escudos heráldicos medievales, pues toda Navarra acudió en socorro de Ainsa.

Demasiada repercusión tuvo la Cruz de Ainsa para deberse a una batalla que jamás sucedió, ¿no os parece? Incluso más de cien años después, puede verse representaciones similares acuñadas ya en Bizancio, que si bien incluyen como Cruz la patriarcal, demuestran que nuestra “leyenda” de Ainsa se tuvo como referente en la lucha contra los moros en todo el antiguo Imperio. Aquí os dejo una muestra de moneda navarra ilustrada con el emblema que nació de esta batalla. Como buen ejemplo de moneda Navarra posterior a la invasión, no pueden faltar tanto las estrellas como las lunas invertidas.

Para despedirme, que ya es un capítulo majo, remarcar los límites que, en base a la documentación consultada hasta ahora, tenía el territorio libre de los Ximeno. En el Oeste, Alsasua. Por el este, a partir del 724, Ainsa. En el siguiente hablaré de cómo le fue a los moros por éstas tierras, de las que hay mucho, pero mucho para contar.

Rogelio Taboada

Cantero artesanal, escritor e historiógrafo sangüesino

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