Jue. Abr 18th, 2024

El miércoles Charo hizo alusión al lauburu en uno de sus comentarios. No le contesté en ese momento puesto que la intención era precisamente tocar éste tema en el capítulo de hoy. Hay que felicitarle pues su comentario realmente fue muy acertado.

Comenzaré por aclarar que tanto en los tiempos anteriores a Roma, como en una Hispania plenamente romanizada, el concepto de Navarra era inexistente. Las tierras que actualmente nos dan cobijo, formaban parte de la Hispania Citerior dentro de la provincia Tarraconense, siendo tierras fiduciarias del Convento Cesaraugustano. Qué quiere decir esto? Que en lo referente a administración y cuestiones jurídicas, las tierras de la actual Navarra estaban bajo el control de la Zaragoza romana. Hasta donde yo sé, no consta ningún nombre o uso que en ese tiempo pueda identificarse concretamente con el global de lo que hoy es la Navarra que conocemos.

Por otra parte, si algo tiene de característica la cultura romana es la asimilación de culturas pertenecientes a los pueblos conquistados. En lugar de imponer lo que pudiera tenerse como cultura latina, haciendo desaparecer así las culturas predominantes en las tierras que fueron anexionando a lo largo de los siglos, incluyeron como propio la mayor parte del legado de las tribus conquistadas. La asociación de la cultura latina como heredera directa –cuando no copia exacta- de la cultura griega, bien pocos pueden discutirlo. Con el legado celta ocurrió exactamente lo mismo. Símbolos, deidades y rasgos culturales fueron asimilados dentro de la cultura romana, conservándose en ella aun cuando con el paso de los siglos un ciudadano romano no podía diferenciarse culturalmente de otro.

Las culturas prerromanas que nos afectan, dígase celtas e iberos, basaron su simbología en representaciones dedicadas a sus cultos religiosos. Elementos como cabezas de toro o vaca, como los que se representaban en honor a Belisama, compartían su espacio con otros elementos de índole astral. Elementos estos compartidos por multitud de civilizaciones, dejan clara la fascinación que causaba a las primeras sociedades la cúpula celeste.

Para el pueblo celta son conocidas múltiples representaciones del astro rey, el sol, encontrando diferentes maneras de representarlo tal como puede verse en la primera imagen de hoy, a modo genérico. Fácilmente cualquiera puede reconocer entre ellas tanto la svástica como el lauburu. Hablaré de ellas dos pues amén de su fácil identificación, son las que nos van a resultar relevantes para éste capítulo.

Ambos símbolos como vemos pertenecen a un grupo de representaciones que básicamente se pueden describir como elementos de cuatro brazos (los más comunes, aunque los de tres también tuvieron su espacio) representados en movimiento. Representando el caminar diario del sol por nuestro cielo.

Si bien en la actualidad la svástica adolece de una interpretación negativa por su uso en la edad moderna, en la antigüedad era al igual que sus hermanas un elemento de protección. Son conocidas tanto en sus representaciones celtas en primer término, como las posteriores ya dentro del mundo romano, como elemento cultural asimilado. Al mal llamado lauburu le ocurre exactamente lo mismo, aunque en menor medida ya que se muestra a nivel arqueológico muy inferior en número. Son conocidas representaciones de lauburus en Alemania, ó los países eslavos, por citar dos ejemplos a nivel europeo. Sin embargo como digo, de las representaciones solares del mundo celta es la svástica la que mayor difusión tuvo por el imperio, encontrándola en cualquier región o provincia de origen celta sin dedicar mucho tiempo a su búsqueda.

Nuestra tierra no es menos. Lejos de ser el lauburu el elemento predominante, las escasas representaciones en nuestro arte romano que tienen su origen en el mundo celta lo encontramos en la svástica. Como ejemplo os remito a la imagen que utilicé en el segundo capítulo, del mosaico de Andelo. Si prestáis atención a la cenefa decorativa del centro, podréis ver que se conforma de una consecución de svásticas y sauvásticas entrelazadas. Decoración romana, signario ibérico, simbología celta. ¿Quién da más?

Mención especial dentro de los hallazgos romanos en nuestra tierra, se merece una de las aras encontradas en la Ermita de La Blanca, cerca de Ujué. En concreto, la que incluye mención a Lacubegi. La primera referencia votiva  del ara la encontramos en honor a IOVI, acrónimo conocido para Júpiter. La segunda, para Lacubegi. Según todo lo publicado desde su descubrimiento, ésta deidad se tiene como deidad local, autóctona e indígena, presentándose como una de las muy singulares deidades Vasconas. Bien lejos de realirmar ese punto, tengo claro que éste ara en cuestión rinde culto a la mencionada Belisama, diosa madre de los Galos, patrona tanto de lagos, ríos y manantiales, como de herreros, carpinteros y artesanos, entre otros patronazgos.

Su «confirmación» como deidad vascona, nos arroja situaciones de las de «partirse por cuarto y mitá», como  la siguiente:

«Las dos aras se encontraron en La Blanca como queda dicho, lugar cercano también de Laku y Lakumulatu. Tanto José Javier Uranga como luego Patxi Salaberri coinciden en que Lacu es una palabra que en la toponimia eúskara se utiliza lugares en que el agua es abundante.

Patxi Salaberri cree que el primer elemento del nombre de la deidad Lacubegi no es otro que Laku, presente en los topónimos Laku y Lakumulatu.

Lacu es un término acuoso (copiamos a Salaberri) en el que, de tal como cuentan los que tienen tierras por allá, se han tenido que hacer “puntidos”, es decir, el terreno se ha tenido que drenar para que pudiera ser trabajado.

La palabra laku, además, aunque en euskera unificado se traduzca por «lago», en toponimia designa siempre lugares abundantes en agua, en las numerosas ocasiones en que lo encontramos, desde Ujué hasta Vitoria, hasta Lakua por lo menos, pasando por Lakuntza situado a medio camino» Mikel Burgui 2013. Nabarralde.

En casos así es cuando se pierde la fe en el ser humano. Más que nada porque seguro que habrá quien se lo crea a ojos cerrados, y predique a posteriori que el Lacu del ara, lejos de deberse al lacus latino (lago), se debe al laku euskérico, aunque en el propio ara esté escrito con C.

Con el término que incluye de Lakumulatu ocurre exactamente lo mismo. Lejos de identificar al lago de las mulas como debiera ser, lo incluyen como uno de los topónimos euskéricos del que hay que adivinar su origen milenario.

Hay otro término entre La Blanca y Ujué, y que omiten en este «estudio». Es el término de Lacubeli. Que lo mismo si lo incluyen, se acercan demasiado a Belisama y se nos desmonta alguna fantasía, o qué.

Prosigamos tras este euskérico paréntesis, continuando con los iberos. Recorriendo los hallazgos realizados en las tierras que baña el Ebro, que de algo le viene el nombre, encontramos también un uso de los elementos astrales pero de un modo notablemente diferenciado. El lugar de ser comunes las representaciones al estilo celta del astro solar en movimiento, los símbolos que mejor identifican al mundo ibérico son un sol estático y una luna creciente. El primero, representado con un número indiferente de rayos ó brazos, y la segunda, en cuarto, horizontal, y siempre con las puntas hacia arriba. Tierras de Cataluña, Aragón y Navarra conocieron este símbolo de manera habitual, hasta la llegada de los romanos, donde también fue asimilado, aunque en éste caso, sufriendo una pequeña modificación.

En una Hispania plenamente romanizada, se sustituyó la representación solar por la de Venus, también asimilada por roma desde la cultura Sumeria, gozando de gran popularidad entre las legiones del imperio, quedando desde entonces el binomio cuarto lunar-estrella de ocho puntas como representativo del mundo hispanorromano en éstas latitudes.

Sin querer sobrecargar un capítulo ya de por sí un pelín engorroso, no puedo más que hacer alusión por fuerza a una estela encontrada en Santacara, dedicada a un cantero altomedieval (segunda imagen). En dicha estela encontramos el ejemplo más elegante de integración de los símbolos de ambas culturas, celta e ibera, además desde una perspectiva despaganizada que sabe sumar con elegancia el Cristianismo al conjunto simbólico.

En uno de sus lados encontramos una representación de corte celta, compuesta por cuatro piernas en movimiento, flanqueadas por las herramientas del difunto. En la otra, el binomio estrella-luna pero con una cruz como sustitución a la estrella original.

Una bellísima muestra de que en la antigüedad el tiempo transcurría más despacio, y los habitantes de nuestra tierra aun con el paso de los siglos sentían profunda devoción por la cultura de sus ancestros.

Recordad el binomio luna-estrella pues cuando entremos en nuestra edad media, este símbolo tiene mucho, pero mucho que decir para la Navarra de entonces, e incluso para la de hoy.

Rogelio Taboada

Cantero artesanal, escritor e historiógrafo sangüesino

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